sábado, 18 de octubre de 2008

MOVIMIENTO OBRERO Y SINDICALISMO


Este artículo tiene la pretensión de no ser mas que un comentario al publicado por el compañero Paco López del SOT-UGT en torno al sindicalismo negociador frente al sindicalismo radical. Me hubiese gustado publicarlo antes, pero lamentablemente no puedo dedicar al blog todo el tiempo que merece.
Reconozco que me cuesta asimilar estos conceptos asociándolos al sindicalismo y alguien podrá decir que no son fruto mas que de la decadencia que ha sufrido el propio sindicalismo. Se que para algunos es mas propio hablar de evolución. Incluso habrá quién huya de estos términos. Pero ahí está la realidad que como siempre es incontestable.
Es justamente a ese proceso evolutivo al que deberíamos prestar atención
Para analizar cualquier proceso es obligatorio remontarse al punto de partida y examinar de forma precisa su trazabilidad. Es aquí donde aparecen todos y cada uno de los errores y aciertos. Porque hablar de radicalismos o de posturas conciliadoras son propios del sindicalismo. Pero son significaciones externas que nada tienen que ver con las organizaciones obreras, por lo menos en su uso polemista, y que hemos sido tan cándidos como para hacer con esto incluso una polémica intersindicatos.
Pero volvamos al principio y seamos capaces de distinguir entre los movimientos obreros organizados, que el Estado español finiquita en julio de 1939 y el sindicalismo, que germina como sugestión desde la Transición de 1977.
Las organizaciones obreras que nacen a la sombra de la Revolución Industrial solo tienen un objetivo : la dignificación de esa clase social a la que a los poderes económicos y a toda la coorte de poderes fácticos había que sensibilizar previamente para que le otorgasen la categoría de personas, de seres humanos. Por supuesto no fue fácil y se utilizaron los medios, los únicos medios que estas organizaciones embrionarias, incluyendo la nuestra, tenían a su alcance. No podían utilizar mas herramientas que las que se les proporcionaba. No conocían otro idioma que el que utilizaban las clases dominantes para dirigirse a ellos, que era el de la violencia. La moral social de la época relegaba al obrero a un escalón por encima de los animales y uno por debajo de las personas. Las colonias fabriles a las que en alguna ocasión se menciona, se retroalimentaban de mano de obra en semiesclavitud gracias a los hijos de los propios obreros que en cuanto alcanzaban un mínimo de autonomía vital eran condenados a repetir la vida de sus padres para mayor gloria de los “amos”.
Cuando los movimientos obreros consiguen casi concienciar a la clase trabajadora, cuando estos movimientos están en condiciones incluso de asumir tareas de gobierno político, los poderes económicos responden con uno de los monstruos mas terroríficos que haya engendrado la humanidad: el fascismo.
Hasta llegar a este punto, la reivindicación obrera no entiende de negociaciones. No negocia con los “amos”. No negocia con los poderes políticos que los sustentan. Reivindica lo que considera suyo y lo quiere sin trueque. Y lo que considera suyo por encima de todo, es la dignidad como personas. Como individuos. Este es el sentimiento anarco-sindicalista y por extensión, de todo el movimiento obrero. Y si se le reprime con violencia, contesta con violencia. Lo que ahora nos atrevemos a llamar de forma errónea sindicalismo radical.
Cuando el fascismo cobra cuerpo en Europa, las movimientos sociales están difuminados y atendiendo a intereses propios sobre todo en España. Los comunistas intentando aliarse con la burguesía, soñando con una nueva revolución menchevique. Los partidos políticos autodenominados republicanos pendientes de los formas de gobierno, y las fuerzas obreras sin norte claro. Pero aquí ya se había producido el primer gran error histórico del movimiento obrero en este país.

La fuerza hegemónica de este movimiento en las primeras décadas del siglo pasado, es decir la CNT ( a cuyos líderes recordamos e incluso reivindicamos como propios para no se sabe bien que) aún y siendo conscientes de esta hegemonía, tienden la mano y piden que sean las fuerzas obreras las que hablen con una sola voz y en unidad. Y en su intento de unión con nosotros, con UGT, son rechazados. Ese fue el error.
Los resultados de los alzamientos fascistas no hace falta que los repasemos.
Pero mientras los movimientos obreros (por favor, no asociar los términos obrero y comunismo, que es una equivocación muy extendida) permanecen en Europa en la oscuridad, en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, se produce un hecho al que todavía hoy vemos desde un prisma inducido y que intenta borrar de la escena al movimiento obrero. Me estoy refiriendo al manoseado mayo del 68 frances.

Los “progres” de la época y de épocas posteriores vendieron ese movimiento de tal forma que parece que lo que acabó con los gobiernos conservadores franceses y su forma de entender la sociedad, con De Gaulle a la cabeza, fueron las revueltas estudiantiles y las inacabables disertaciones de Sartre. Hay pocas personas que en referencia a esos hechos, mencionen siquiera la influencia que los movimientos obreros, con la CGT francesa a la cabeza, tuvieron en todo este proceso. Y no es que solo influyeran. Es que fueron los verdaderos artífices del cambio de modelo social. Paralizaron el país. Ocuparon las fábricas. Secuestraron a sus dueños y sus actuaciones fueron un calco de la famosa huelga de La Canadiense catalana pero a nivel estatal. El gobierno francés no cedió por las manifestaciones estudiantiles. Cedió porque el movimiento obrero le cortó hasta la respiración.
Y los “progres” herederos de los “progres” herederos de la época lo siguen silenciando y me atrevería a decir que incluso malintencionadamente. No fueron las canciones de Edith Piaff las que consiguieron que las asociaciones de trabajadores volviesen a la legalidad en ese país. Fue el esfuerzo, el sudor, las lágrimas e incluso la sangre de los trabajadores franceses organizados alrededor de la CGT. Y de eso solo hace cuarenta años.

Por otra parte tenemos el sindicalismo, que en el estado español nace negociando en el 77. Negociando con los fascistas de Falange que dirigían el Sindicato Vertical, cuyo interlocutor era Martín Villa. Nada mas y nada menos que negociaban su propia existencia. Y se estuvo a punto de dar continuidad a ese sindicalismo vertical, si los dirigentes de UGT de la época no hubiesen tenido la valentía de decir no, porque CC.OO. estaba encantada con la idea de este tipo de sindicalismo, eso si, teniendo ellos “responsabilidad de gobierno”. CNT sigue fiel a sus principios y no negocia. Aquí es donde se produce la fractura, que aún hoy no queremos ver, entre los movimientos obreros y su versión “ligth”: el sindicalismo, que corre el peligro de convertirse en el movimiento obrero domesticado.
Podemos estar de acuerdo o no con lo que alguien califica como sindicalismo de silicona y sus formas de actuar. Pero lo que nunca debemos hacer es menospreciarlos en infames ataques de soberbia, porque ellos no han variado en absoluto ni sus objetivos ni sus principios. Al igual que los poderes económicos y empresariales para los que los trabajadores somos una irremediable incomodidad de la que prescinden en cuanto tienen ocasión sin importarles lo mas mínimo lo que significa estar incluido en las listas del INEM a colectivos que difícilmente saldrán de ellas. Mientras existan patronos y trabajadores existirá la lucha obrera. Existirá la lucha por la dignidad del trabajador.

Da la impresión de que los movimientos obreros no son necesarios porque nos autoexcluimos de considerarnos obreros. No cerremos los ojos a que la clase trabajadora de este país solo ha conseguido el logro de consumir mas y no precisamente mediante una conquista. Los poderes económicos se quedan con nuestro tiempo (las horas trabajadas) y con el poco dinero que nos dan por el. Incluso nos dan facilidades para que les debamos todo el dinero que podamos ganar en nuestra vida laboral y que ganamos precisamente trabajando para ellos. Aún y así hemos de estar agradecidos y si reivindicamos algo primero hay que negociarlo. Alguien quiere dar la impresión generalizada de que el trabajador puede dar por finiquitada su lucha, porque el objetivo ya está conseguido, cuando en realidad con cada paso que damos hacia el, este se aleja un paso mas.
Estamos a tiempo de que la brecha entre movimiento obrero y sindicalismo no sea irreversible e irrecuperable, porque sin lugar a dudas triunfará el primero.
De nosotros depende.

Paco Fernández, junio 2008

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