sábado, 18 de octubre de 2008

EL NO EXISTIR


El género literario de la novela, tengo que reconocer que es el que menos despierta mi interés dentro del apasionante mundo de la lectura. Pero se da la paradoja de que si tuviese que escoger como mejores, cinco obras que haya leído, una novela ocuparía un lugar de privilegio: La Historia Interminable de Michael Ende.
Seguramente fue el afán recaudatorio de algún editor el que encuadró esta obra maestra dentro de la literatura infantil, viendo camino abierto para ello en que los protagonistas fuesen niños. Quizás tenga otra explicación. No lo se. Hay quién ve a Nietzsche como verdadera alma inspiradora de Ende. Pero lo realmente cierto es que es una obra que puede tener tantas interpretaciones como lectores. Y que solo la voluntad del lector puede ponerle fin. Su título es una genialidad.
He recordado esta novela al leer el artículo de Paco López del SOT-UGT, sobre la conmemoración de los 120 años de existencia de nuestro Sindicato, UGT.
Y he recordado el eje sobre el que gira la historia de Ende. La destrucción de lo que conocemos dentro de nuestros modelos, por el avance de LA NADA. Una NADA que todo lo engulle y que tiene la peor de las definiciones: La Inexistencia.
Que avanza con la rapidez que le da el que nadie piense en ti; que te olviden; que dejes de ser necesitado en el peor de los casos.
Me causaba preocupación el imaginarme como sería esa NADA, pero en algunos órdenes de la cotidianidad, empiezo a descubrirla.
No he podido por menos que recordar, lo que Ende llama en su novela La ciudad de los Antiguos Emperadores, que es el lugar donde van a parar aquellos que han tenido en sus manos el que sus propios deseos se hiciesen realidad, siendo ellos los encargados de detener el avance de La Inexistencia. A estos viajeros, que un día gozaron del poder y la gloria, se les hacía poseedores del dominio de cumplir sus deseos a cambio de un espantoso precio que no sabían tasar. Por cada deseo que veían cumplido perdían un recuerdo. Y lo olvidaron todo sobre el mundo real. Olvidaron incluso para que servían sus deseos. Olvidaron que todo lo que se les encomendó conservar desapareció para siempre a causa de sus propias creaciones.
Cuando se pierde el contacto con la realidad, divagando por caminos indeterminados, no se puede crear nada. La base para la creación es la propia realidad. Y a esta ni se la puede ni se la debe olvidar.
Felicitaciones por tu artículo Paco López y por la imagen del recuerdo a Largo Caballero encarcelado por la sinrazón.





Paco Fernández, agosto 2008

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